Crónica de la recuperación económica de Campeche | Pepe Berzunza

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que cada titular sobre Campeche llevaba la misma palabra: crisis. La caída de Cantarell, aquel gigante petrolero que alguna vez sostuvo la economía nacional, había dejado al estado sumido en una recesión que parecía no tener fin.
Los números eran fríos, demoledores: miles de empleos perdidos, comercios cerrados, jóvenes migrando en busca de oportunidades. En las portadas nacionales, Campeche se volvió sinónimo de rezago.
Fue en ese escenario cuando José Domingo “Pepe” Berzunza Espínola asumió la Secretaría de Desarrollo Económico. Aquel enero de 2016, El Economista publicaba una nota que parecía advertirle lo que venía: “Grandes retos para el Secretario de Desarrollo Económico del Estado”.
Una tierra golpeada por el petróleo
Quienes vivimos esos años recordamos que la dependencia del petróleo era absoluta. Campeche llegó a concentrar hasta el 90% de su economía en torno a los hidrocarburos. Y cuando el precio del crudo se desplomó, la entidad se quedó sin piso.
“Era como vivir con la respiración contenida”, me diría años después un comerciante del Mercado de La Morelos en Ciudad del Carmen. “Todo dependía de si Pemex contrataba o no. Y cuando se fueron, nos quedamos en la nada”.
Sembrar en terreno árido
La tarea parecía imposible: diversificar una economía que durante décadas había vivido del subsuelo. Pero Berzunza apostó por algo distinto: el talento de la gente.
Con el Programa Marco de Desarrollo Económico, se trazó una ruta sencilla de explicar pero difícil de ejecutar:
- Impulsar el emprendimiento.
- Apostar por la innovación.
- Abrir mercados para exportar.
Era sembrar en terreno árido, sí, pero era sembrar.
Los primeros brotes verdes
En 2017, algo empezó a cambiar. Por primera vez desde 2014, Campeche generó más de 1,500 empleos formales en un trimestre. Los titulares, tímidos al principio, empezaron a hablar de recuperación.
Un año más tarde, la narrativa era otra: “Campeche supera la crisis”, titulaban los diarios regionales. El crecimiento anual fue del 4.3%, y la manufactura —casi inexistente en la entidad— creció un 49.7%, el porcentaje más alto de todo México.
La inversión extranjera también dio señales: Campeche captaba en promedio 263 millones de dólares anuales, y en el primer trimestre de 2018 fue el estado con mayor proporción de nuevas inversiones en el país.
El contraste con Tabasco
Los analistas hicieron notar el contraste: “Campeche y Tabasco, economías petroleras con caminos diferentes”. Mientras Tabasco se hundía en la lógica de la renta, Campeche empezaba a escribir otra historia: la de una entidad que se atrevió a diversificar.
La confianza como motor
Pero más allá de las cifras, lo que cambió fue el ánimo de la gente. Las ferias de emprendedores, los programas de exportación, las capacitaciones para pequeños negocios devolvieron algo que parecía perdido: la confianza.
“Por primera vez me sentí acompañado”, contaba una microempresaria de la Concordia que recibió una terminal de pago electrónico. “No era solo dar un curso, era estar ahí, ayudarnos a dar el salto”.
Epílogo de una etapa
Entre 2015 y 2019, Campeche dejó de ser el ejemplo del colapso para convertirse en caso de estudio de resiliencia. Los recortes de prensa de esos años lo confirman: de las portadas con la palabra crisis a los reportajes que hablaban de recuperación, diversificación y futuro.
La lección es clara: cuando se combinan diagnósticos serios, voluntad política y cercanía con la gente, incluso el estado más golpeado puede reinventarse.
En Campeche aprendimos que el petróleo no podía ser nuestro destino. Y que, aún en medio del abismo, siempre hay espacio para la esperanza.







